Una buena parte de la sociedad argentina prefiere vivir en la mentira y estirarla todo lo que sea posible. Tiene buenas razones para hacerlo:
se trata de una actitud sólidamente basada en la experiencia y en un cálculo de
estricta racionalidad...
...convengamos que en
Argentina se verifica más que en ningún otro lado que nadie puede saber dónde
cuernos le va a tocar estar en el largo plazo...y porque la conoce cree que le conviene dejarse engañar: necesita creer que el actual estado de cosas puede durar,
precisamente porque sabe muy bien que está agarrado con alfileres y cualquier
salida supone riesgos y costos. Así que se
deja melonear por una presidente que actúa un presente perpetuo, como si
nunca fuera a dejar de estar en su cargo y pudiera seguir eternamente “en
cartel”, como protagonista estelar del varieté nacional. Y por un candidato oficial que ha convertido
en refinado culto el método de no
hacer jamás una afirmación comprobable o refutable sobre nada.
No es la primera vez que
sucede, en verdad. Cada vez que el dólar quedó atrasado, se lanzó un festival
de deudas y bonos, y el déficit público se disparó, como está sucediendo ahora
y pasó también desde 1998, en 1988, desde 1978 y en varias otra ocasiones, la
ilusión de riqueza, o al menos de estabilidad, resultó demasiado tentadora, y
sino la mayoría una buena porción de los argentinos cedió ante ella. Porque le
convenía, porque perdidos por perdidos mejor vivir el momento, porque el miedo
no es sonso y se podía intuir lo que seguiría, y porque no habría premio alguno
para los aguafiestas.
Con estos instrumentos es que
el oficialismo intentará ganar las próximas elecciones. Y puede que lo logre.
Pero los oficialistas deberían poner
algo más de cuidado en cómo atienden la demanda de camelos, porque cuando
dosifican mal la oferta suelen generar efectos contrarios a los esperados.
Fue lo que le sucedió a CFK en Roma, traicionada
por el entusiasmo que le generó el ser
coronada como una suerte de Madre Teresa criolla por la FAO.
Seguramente no lo pensó bien
(“si mal no recuerdo” empezó, y ahí ya estaba claro que iba a meter la pata)
cuando proclamó cifras sobre pobreza e indigencia que ni siquiera sus
funcionarios más leales se atreven a sostener.
Encima a continuación estos
mismos funcionarios se enredaron en explicaciones contradictorias sobre lo que
su jefa había dicho. Aníbal Fernández y
la patota del Indec, más papistas que el Papa, hicieron acto de fe jurando que
el primer mundo quedó lejos atrás nuestro. En cambio Kicillof intentó dar formato racional a la irracionalidad, como
suele hacer, y dijo que la presidenta se había referido al porcentaje de población en riesgo alimentario, … Pero al sostener
esto era evidente que complicaba aún más las cosas, porque si los argentinos indigentes son el 5%, es razonable estimar que los
pobres son 5 veces más, dada la cantidad de planes sociales de subsistencia,
empleos precarios y mal pagos que alcanzan apenas para que millones mantengan
la cabeza fuera del agua…
No fue Cristina la única que
en estos días anduvo fallando en la dosificación de la mentira. Scioli viene enredándose cada vez más
con la economía, y ya no se sabe si engaña a Kicillof cuando lo elogia, engaña
a Bein cuando lo promueve como su vocero, o se engaña a sí mismo al
creer que puede sumar Kicillof + Bein y obtener algo que no sea un engendro.
En este caso, conviene aclarar
desde ya, se trata de algo bastante más complejo que una fallida improvisación
o un irse de boca… Así que está obligado a hacer un poco la de Aníbal
Fernández, ser más papista que el Papa.
Scioli abraza en su campaña
todas las banderas camporistas, con la fraseología camporista
correspondiente: dice venir “bancando”
el “proyecto nacional y popular”, al que quiere profundizar y acelerar…-
…Scioli también está convencido de que el electorado argentino está dispuesto a digerir cualquier camelo. Que
el peronismo es una máquina tan potente de digestión, que no hay sapo, quebranto ni genuflexión que no se pueda hacer pasar por
firme convicción y compromiso.
…Tal vez las cosas no sean tan
fáciles ni sencillas para “el proyecto”. Tal
vez la seducción de la mentira no sea esta vez tan potente, ni la ilusión
de un cambio quede tan deslucida por el miedo. Pero si así no fuera y el
oficialismo se impusiera, le convendrá de todos modos no enamorarse demasiado
de su éxito.
Deberá evitar sobre todo la
repetición de un vicio que resultó en enormes problemas, errores y costos para
las gestiones de gobierno de estos años: el consumir la mercadería que el
discurso oficial produce. Scioli no
tiene fama de crédulo, ni de fanático, y parece muchas veces estar de
vuelta de todo y no comerse ninguna cuando le dice a cada uno lo que quiere
escuchar. En suma, parece ser el tipo de
mentiroso que necesitamos. Pero tal vez esté fanatizado precisamente de su
papel de flautista de Hamelin, y de que con él le va a alcanzar para lidiar con
el país que se viene.
Por Marcos Novaro (Parte del artículo publicado
en Perfil el 13.6.2015)
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