A pesar que en estos tiempos ya no hay sorpresas, confieso públicamente que la noticia me abrumó, tanto que decidí escribir algunas reflexiones en torno al tema.-
El
ex legislador porteño, perteneciente al movimiento político UNEN y actual
Presidente del Consejo Económico de la Ciudad de Buenos Aires, Sergio Abrevaya,
anunció que presentará un proyecto de ley para obligar a los cortadores de calle
a dejar un carril libre durante los cortes para el transporte público.- El
proyecto pretende, según su autor, "una armonización entre el derecho a
manifestarse y el derecho a circular libremente".-
El primer pensamiento que asaltó mi mente
fue que se trataba de un proyecto para reglamentar la manera en que se le
complica la vida a la gente, una especie de mecanismo a observar por los
piqueteros para obstaculizar “legalmente” la circulación de los ciudadanos
rumbo a sus actividades diarias, a sus trabajos, a sus estudios, o a dónde se
les cantara.-
“Si dejan un carril para el colectivo, está
todo bien”, no importan las motos, los autos, los transportes de personas y
cosas, hasta los peatones.- Ésos, que hagan la del mono.-
La segunda cuestión que se me planteó de
modo imaginario con la esforzada idea de Abrevaya, tiene un tinte
pragmático: tal vez sea aplicable en la
Panamericana, o la General Paz, en las que hay varios carriles.- Pero ¿qué
carril se deja libre en calles angostas, de una sóla mano, o en puentes cómo el
General Belgrano –tantas veces cortado- que tiene un solo carril de ida y uno
solo de vuelta? En esos casos, van a tener que dejar libre el carril de la bronca y los usuarios aprovisionarse de
paciencia franciscana.-
La tercera surgió de nuestra historia
reciente.- Si la actividad piqueteril de
corte de calles, rutas y puentes, ya sea la de “piqueteros-piqueteros” o
“ruralistas-piqueteros” o “vecinos-“piqueteros” y hasta “policías-piqueteros”,
siempre fue ilegal pero nunca impedida o sancionada, ¿existe alguna posibilidad
cierta de mantener abierto un carril?.- Ni en la dimensión desconocida.-
La cuarta fue una reacción visceral a un
proyecto estúpido: si ya nos acostumbramos a que violen nuestros derechos y nos
impidan la circulación, ¿para qué complicarnos la vida con la posibilidad
incumplible de mantener abierto un carril?
Es que en la Argentina del siglo XXI, el
círculo del desentendimiento y la impunidad se ha cerrado en todos los ámbitos
del estado: fuerzas de seguridad que no impiden ni desalojan los cortes (al
contrario, protegen a los cortadores), jueces que no se animan a tomar las
decisiones correspondientes, legisladores que presentan proyectos demagógicos
para reglamentar la ilegalidad.- Completito, Poder Ejecutivo, Legislativo y
Judicial, es una misma impronta.-
Quedó atrás, por desgastada e inútil, la
discusión acerca de la compatibilización del derecho a protestar con el de
circular libremente.- No hay Constitución, ley o decreto que permita protestar
a costa de coartar la libertad y los derechos de terceros inocentes, eso es lo
que corresponde a una sociedad civilizada, pacífica, en orden.- Obviamente que,
en el “vale todo argentino”, las cosas vienen mezcladas, confusas, patéticas,
porque se impone el “yo corto la calle cuando quiero, el tiempo que quiero y
cómo quiero” sobre el “yo debo llegar a la oficina, a la fábrica, al taller, a
la escuela, a mi casa”.-
En nuestra zona, no es que hayan disminuido
los cortes por un cambio de política oficial, sino por la sencilla razón que
los cortadores de siempre están quietos, o satisfechos, o cansados.- El jueves
pasado hubieron 17 cortes simultáneos en Buenos Aires, y se registraron más de
800 en todo el país en el mes de enero.-
El gobierno nacional, últimamente, ha hecho
amagos de no tolerar los cortes, pero resulta muy difícil imponer la autoridad
legal cuando se ha perdido la autoridad moral para hacerlo.- Desde hace más de
una década, los gobernantes han permitido, tolerado, protegido, y hasta a veces
patrocinado, los cortes, con el demagógico argumento de no reprimir la protesta
social.- No puede el zorro, ahora, cuidar las gallinas.-
La cuestión más grave es que, salvo que nos
toque estar en la cola de un corte interminable, los argentinos hemos perdido
la capacidad de asombro, de reacción ante lo incomprensible e injustificable.-
En el camino de una Argentina casi marginal, estamos extraviando la noción de
la normalidad, de la legalidad, de la civilidad.- Y es por ello que, me parece,
estamos en el tránsito de perder la “batalla cultural”, porque las autoridades
podrán actuar de modo demagógico y marginal, pero una sociedad anómica (anomia,
falta de normas o incapacidad de la estructura social de proveer lo necesario
para lograr las metas de sus componentes) es una sociedad perdida, sin metas,
sin rumbo, sin parámetros.-
Es cierto que los gobernantes son el
reflejo de los gobernados, pero más lo es que las sociedades, los países, las
comunidades, son el espejo de sus habitantes, de sus integrantes.- Por ello es
que la reserva siempre está en las conciencias individuales de los ciudadanos y
en los conceptos sociales que sean capaces de instaurar en conjunto, para que
seamos cada vez mejores y, como consecuencia de ello, tengamos gobernantes cada
vez mejores.-
En este tiempo político y social de la
Argentina, los ciudadanos nos hemos acostumbrado a vivir en un clima de
confrontación y puja.- Tengo para mí que la voluntad política de los
gobernantes ha instaurado la idea que no es posible la coordinación de los
distintos intereses sociales, que es fantasioso el principio básico de
convivencia, que no es cierto que los derechos de uno terminan dónde comienzan
los del vecino, que las pretensiones
sectoriales se confunden y colisionan, nunca se complementan, que hay puntos de contacto y de fricción y que
ello sólo se resuelve con el conflicto.-
Tal parece que reconocer los derechos del
otro es un comportamiento burgués y fascista, que resulta progresista la
confrontación, la agudización del conflicto, el desconocimiento de la ley.- El
orden social, en estos tiempos, se construye a
partir de la mirada torva, del dedo acusador, de alguna pretensión
fusiladora, de la división maniquea.-
Volver a la normalidad de los
comportamientos es la consigna.- Que lo que culturalmente perdimos sea una
batalla y no la guerra.-
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