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domingo, 11 de octubre de 2015

IRSE O EL DOLOR DE YA NO SER

TRANCE PSICOLÓGICO, BAJARSE DEL PODER.- Cuando hablamos de democracia, un lugar común  suele ser adjetivarla cómo el “sistema menos malo” para gobernar.- En realidad, una concepción más amplia nos la muestra, además, cómo una manera de vivir, de relacionarnos, de disentir y acordar, de diferenciarnos y zanjar las diferencias, de poder convivir en la diversidad, de pensar sin unanimismos, de poder expresarnos, y, obviamente, de elegir nuestros representantes.-
                               Una de sus características esenciales es  la periodicidad de los mandatos de los representantes.- Las instituciones reflejan el dato de permanencia, los seres humanos el de finitud.- Es por ello que para los hombres la democracia se conjuga con el verbo pronominal de “irse”, los gobernantes cuando llegan ya se están “yendo”, para ser reemplazados por otros.- El que llega pensando quedarse, seguramente está malversando el sistema, un sistema que sabe de locadores, no de propietarios.-
                               No es casual que aquéllos que promovieron reformas constitucionales para establecer la reelección indefinida, casi seguramente cayeron en el abismo insondable en el que caen invariablemente los autócratas, los autoritarios, los que colocan su propia persistencia política por encima de las normas y de las instituciones, los que condicionan el éxito de la vida ciudadana a su propia eternidad.-
                               Tal vez el ejemplo paradigmático de esa minusvalía sistémica en la Argentina, sea la Provincia de Formosa.- La letal combinación de la pobreza, el asistencialismo, y el modo feudal más descarnado para administrar, representa la contracara del “deber ser” en el ámbito de una democracia.- Carlitos Tévez es apenas una anécdota, un instante en la vida de los formoseños; lo sustancial, lo permanente, lo interminable es, para ellos, Gildo Insfrán, gobernador desde hace veinte años y postulado por otro período más, el sexto.-
                               Luego de ocho años de mandato continuado, y doce si consideramos el período de su marido, le toca hoy a Cristina aquello que les ha tocado a todos los gobernantes del mundo democrático: irse.- Ha cumplido su período constitucional, que admite sólo una reelección consecutiva.-

                               Este fin de mandato no es uno más, tal vez represente un final de época, tanto en lo que refiere a la concepción ideológica que se expuso desde los sillones del mando nacional, cuánto a la metodología del ejercicio del poder.- Los Kirchner representaron lo bueno y lo malo del populismo latinoamericano, lo bueno y lo malo de la técnica de la confrontación en función de gobierno.- El porcentaje de cada calificación, cuánto de positivo y cuánto de negativo, está reservado al pensamiento político del lector.-
                               Advierto que, sea cual fuere el candidato ganador, difícilmente haya una continuidad ideológica, menos aún una misma metodología.- Es que ambas vinieron adosadas al comportamiento belicoso de los Kirchner, que no supieron ponerle límites a su propio temperamento.-  
                               Cristina tendrá, en ella misma,  la posibilidad de escoger el modo de egresar del sillón de Rivadavia, y su ingreso al llano del común de los ciudadanos.- Tengo para mí que, psicológicamente, para la Presidenta significará un duro trance el abandono del poder.- Acostumbrada, como está, a un largo tiempo de ver al resto de los mortales desde las alturas, a pontificar desde la cadena, a rotular a buenos y malos, a recibir aplausos melosos y sonrisas interesadas, a mandar y que la obedezcan sin chistar, no le será orégano el campo ralo que le toque transitar.-
                               Pasado un tiempo luego del 10 de diciembre, no mucho, se dará cuenta que el Tango no estará ya más a su disposición para llevarle los diarios, no tendrá a mano la cabeza del chiquito que maneja la economía del país para hacerle la gastada maternal, tampoco el hombre de grandes bigotes funcionará con tanta disposición para la barbaridad diaria, menos aún sus incondicionales serán tan incondicionales, no harán ya más cola para recibir su bendición.- Acontecimientos de tal magnitud, que cambian de cuajo la burbuja fantasiosa por la realidad sin anestesia, puede pesar fuertemente en el ánimo de cualquier ser humano, más aún en el de la Cristina temperamental.-
                               Es duro darse cuenta que el auditorio de mudos, amplificado con la televisación en cadena, ese público de incondicionales que se pensaba sin tiempo,  de pronto desaparezca, pierda interés o concentración, o simplemente se haga desertor de las obligaciones para con una reina sin trono.- Es duro no poder repartir con recursos no propios.- Es duro no tener ya la palabra final.- Es duro darse cuenta que el estado no está escriturado a nuestro favor.-  Es duro, durísimo, bajarse del pedestal.- Cristina no parece advertir al fin próximo, actúa como si le quedaran años de mandato, lo que puede ser una virtud (esquivando el síndrome del pato rengo) o un grave desorden en la personalidad de quién no reconoce la realidad.-
                               Para muchos argentinos, el recambio presidencial parecerá un despertar de pesadilla, de una tortuosa noche que se hizo interminable, de abandonar, por fin, la vereda de enfrente en la que los puso el maniqueísmo presidencial.- Me refiero a aquéllos que no formaron parte del pueblo asistido, a aquéllos que quieren volver a cultivar los sueños de esa Argentina de la movilidad social ascendente, a aquéllos que trabajan, se esfuerzan y procuran su propio progreso.-
                               También a muchos otros, les pesará en el corazón la retirada de Cristina, porque, aun cuando no coincidamos con la política esencialmente asistencialista de su gobierno, la cooptación política de los dirigentes de las minorías,  la apropiación setentizada de los derechos humanos, nadie puede ignorar que se llenaron estómagos, se reconocieron derechos, y se juzgaron conductas.-
                               Seguramente el próximo Presidente recibirá una Argentina dividida, casi enfrentada, no sabemos la profundidad de la grieta, tampoco hasta cuando afectará nuestro futuro.- Tenemos cómo antecedente los muchos años que le llevó a la sociedad argentina superar la antinomia peronismo-antiperonismo, que desgarró el tejido comunitario, dividió familias, generó enemistades, precisó de la única medicina que resulta casi infalible en las relaciones humanas: el tiempo.-
                               Mucho se ha escrito sobre la soledad del poder, ese sentimiento que sólo  puede ser experimentado por el que se encuentra en la cúspide y debe tomar decisiones difíciles.- Es el preciso momento en que nadie lo puede ayudar, y seguramente Cristina la ha padecido más de una vez, especialmente luego de la muerte de su marido.-
                               La soledad del poderoso es ínsita a la propia naturaleza del poder.- Sin embargo, la soledad de quién traspone las puertas de la función pública, de quién no es del todo consciente del carácter efímero del poder, de quien no sabe diferenciar la fidelidad del interesado de la lealtad del convencido, de quién tiene que volver a transitar el sendero de los comunes habiéndose vestido con jinetas casi monárquicas, es un duelo dramático, casi terminal.-
                               Con la mirada perdida, la presiento escuchando a Carlos Gardel: “la vergüenza de haber sido, el dolor de ya no ser. Bajo el ala del sombrero, cuántas veces, embozada, una lágrima asomada ya no pude contener” (tango  “Cuesta Abajo”).-
                                                             Jorge Eduardo Simonetti                              
                              
                              
                              



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