NO ENTREGUEMOS NUESTRA LIBERTAD.- El filósofo italiano Carlos Galli, en su libro “El malestar
de la democracia”, analiza la existencia de una desazón hacia la democracia.- Por un lado, en el plano
subjetivo, del sujeto considerado como “ciudadano”, que se manifiesta como “desafecto”, una indiferencia cotidiana
hacia la misma, una aceptación pasiva y acrítica, una mirada resignada.- Por el otro, en el marco objetivo, que nace de
la comprobada inadecuación de la propia
democracia, de sus instituciones, para mantener
sus propias promesas, estar a la altura de sus fines.-
Ello
ha llevado al sociólogo alemán Ulrich Beck, a considerar que “la democracia es la religión del pasado.
Continuamos practicándola el domingo y en Navidad bajo el árbol de la urna
electoral. Pero ya pocos creen en ella. Es el dios muerto de la modernidad
temprana, que todavía sobrevive. El cosmopolitismo secularizado conserva una fe
ya débil en los santos sacramentos de la democracia”
Es
que la democracia, que tuviera sus
orígenes en la Grecia ateniense, comenzara su desarrollo teórico y filosófico
luego del Renacimiento, adquiriera chapa mayoritaria en la segunda parte del
siglo XIX y primera del XX, tiene hoy un decantamiento
de orden global, que confiere espacio
conceptual para analizarla en perspectiva en su evidente decadencia.-
En
la Argentina, la nueva democracia va a
cumplir 32 años de vida, ya ha transcurrido suficiente tiempo en mayoría de edad, y tenemos sucesos y
vivencias experimentadas, para comprobarla en la metodología de prueba y
error.- Sabemos hasta dónde ha otorgado los resultados que esperábamos,
conocemos sus virtudes, pero
fundamentalmente conocemos sus carencias,
carencias que son las propias de
nosotros mismos, los “ciudadanos”, y que son también, y fundamentalmente, de
los “operadores” del sistema, la elite
gobernante, aquélla integrada por lo que comúnmente llamamos la “clase
política”.-
Siguiéndolo
a Galli, en nuestro país podemos afirmar también que existe un “malestar” de la democracia, hay mucho
que computar en el haber, pero también se engrosa la lista del debe, aquello
que la democracia no supo darnos, o más propiamente aquello que nosotros mismos
no supimos darle a ella, para hacerla mejor, más eficaz, y más valiosa.- En
definitiva, somos los hombres los que
enriquecemos o envilecemos los sistemas.-
Recordemos
que cuando se daba su segundo alumbramiento, luego de los años de plomo, un
exultante candidato a la Presidencia, nos hacía vibrar con su recordado
discurso en el estadio de Ferro, el 30
de setiembre de 1983, al decirnos “Cada uno ha entendido que con la
democracia no sólo se vota; con la
democracia se come, se cura, se educa”.- El pueblo argentino no la quería
sólo para votar, quería la democracia para vivir, lo que no es poca
diferencia.-
Pero
ese entusiasmo desbordante de los ochenta, se ha trocado por un presente de indiferencia o apatía hacia el ejercicio acabado de
nuestra condición de “ciudadano”, y a la par de una multiplicación de la impericia y la corruptela en los que
ejercitan nuestra representación.-
Llegan
los momentos de elecciones y con
ellas el tiempo propicio para la reflexión.- Dejar un instante de lado las
preocupaciones cotidianas, y poner la cabeza en el destino común, en el marco
que nos encuadra, en el sistema que nos condiciona, que es la política, es el
gobierno, son nuestros representantes.-
En
orden de gradación, para gran parte del pueblo argentino la democracia y las elecciones no están en los primeros lugares del
listado de sus prioridades.- No obstante es el sistema que instintivamente
sigue prefiriendo por encima
de cualquiera, pero obviamente quiere
mejorar su propia suerte, con más trabajo, mejores ingresos, y
paralelamente desea mandatarios más eficientes, más honestos, más dignos.-
Lamentablemente,
hasta que no encontremos el punto en que
confluyan periódicamente el interés
del mandante y la rendición de cuentas del mandatario, los espacios sociales de interacción democrática, el ejercicio
activo de la ciudadanía y su correlativo institucional, serán sólo los momentos de la emisión del voto los que
nos servirán para participar y sentirnos coprotagonistas de la elaboración de
nuestro propio destino.-
Es
por ello que, al votar, no debemos regalar nuestra voluntad, nuestras
pretensiones, nuestros sueños, nuestras esperanzas.- Tenemos la obligación de dirigir nuestro voto
hacia aquello que creemos cómo más idóneo para alcanzar nuestros fines individuales y sociales.-
Si
queremos un funcionamiento institucional acorde a este gran país, repudiemos la falta de independencia de los
poderes, no le hagamos el caldo gordo a la conformación de un Congreso
“sale con fritas” ni a una justicia con la venda caída.- No votemos por
representantes que no vayan nunca a ocupar sus bancas legislativas, o que ostenten
el triste récord sudamericano de menor cantidad de sesiones.-
Si
queremos a la democracia, si pensamos que el sistema republicano es el adecuado
para nuestro gobierno, no nos resignemos
a aceptar que para obtener seguridad económica tengamos que entregar parte de
nuestra libertad, de nuestra dignidad, de nuestros derechos.- Se puede
prosperar, tener una vida que merezca ser vivida, aún en el marco del estado de
derecho, sin líderes mesiánicos que se atribuyan poderes especiales para
solucionarnos los problemas.-
Si
queremos seguir viviendo en el lugar en que nacimos, si queremos que nuestra
tierra natal nos retenga y no tengamos que emigrar para conseguir trabajo y
mejores condiciones de vida, votemos por quiénes van a defender nuestros
derechos más allá del discurso, reclamemos
por un modelo de país federal más justo e inclusivo, que incorpore al norte
pobre y olvidado a los beneficios de las actividades generadoras de riqueza, no
le hagamos el caldo gordo a quiénes se presentan como meros delegados de
personas y poderes centralizados, exijamos más derechos y menos dádivas.-
Si
queremos que Argentina se incorpore definitivamente al concierto de los países
progresistas, exijamos un proyecto serio y realista, dirigido a mejorar la calidad de nuestra educación.-
Ésta se recuperará en la medida que dejemos de lado las consignas demagógicas y
se repongan la disciplina en el estudio, la mejora en la docencia, y la
reinstalación de los parámetros de la escuela pública, que la hicieron en un
tiempo ejemplo en las naciones del orbe.-
Salud, seguridad, trabajo digno, son
también cuentas pendientes que la democracia debe saldar, en un camino que
nunca termina, que siempre nos tendrá en tránsito, pero con la seguridad de saber que tenemos
postas que nos indicarán si estamos estancados o vamos avanzando, progresando,
en marcha.-
Ciertamente
que los ciudadanos tenemos cuentas
pendientes con la democracia, somos sus deudores, le debemos participación, interés por la cosa pública, conocimiento
de la labor de nuestros representantes, propósito de controlarlos, consistencia
y responsabilidad a la hora de elegirlos.-
La
elite gobernante, ese exclusivo club
de personas que administran, gobiernan, legislan, juzgan, en nuestro nombre y
representación, ese reducido número de argentinos que a través del tiempo se
viene manteniendo en el candelero político,
esos persistentes personajes que no ceden un milímetro de su espacio y
trascienden a los tiempos cronológicos, esos mismos tienen
un debe mucho más grande con la democracia, y Ud. lo sabe y los conoce.-
Repitamos,
entonces, con el célebre
chascomusense, que “con la
democracia se come, se cura y se educa”, pero no olvidemos que primero se vota, y que el deber elemental que
tenemos los ciudadanos es votar por más y mejor democracia, que significa que
debemos que darle a nuestro sufragio el significado más noble e importante,
escogiendo aquéllos representantes que tengan las mejores propuestas pero
también las mejores posibilidades de cumplir con sus promesas.-
Jorge Eduardo Simonetti
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