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El que gobierna roba siempre, supone la gente.- Tal parece que el karma argentino en la consideración social de la gestión pública, se mueve en el espectro negativo de los disvalores morales.-
El que gobierna roba siempre, supone la gente.- Tal parece que el karma argentino en la consideración social de la gestión pública, se mueve en el espectro negativo de los disvalores morales.-
Cuando
analizamos la gestión de un presidente o un gobernador, generalmente pensamos
que el elemento constitutivo permanente de
una administración, es el robo de fondos
públicos.- Una suerte de fatalismo
ético nos determina como inexorable el comportamiento inmoral de la
política y de la gestión gubernamental.- Un tips cultural adentrado muy
hondamente entre los pliegues sociales.-
A
contrario sensu, el “hacer”,
identificando el verbo con la cualidad de gobernar con medidas positivas y obras beneficiosas para el común, pasa a
constituir el elemento variable de la
gestión pública.-
De
tal manera, tenemos que, según el imaginario general, el robo es el elemento permanente del hecho
de gobernar, y la gestión positiva es el elemento variable (que puede o no
estar).-
El
silogismo es una forma de razonamiento deductivo, que consta de dos
proposiciones como premisa y una tercera como conclusión.-
En
la construcción social argentina del silogismo
gubernamental, la premisa mayor es: “todos
los gobernantes roban”; la premisa menor: “fulano es un buen gobernante”; la conclusión: “fulano roba, pero hace”.-
Seguro
es que los del extremo sur del continente, cómo sucede también en muchas partes
del mundo, no tenemos buen concepto de la política, y tampoco de la gestión
pública.- Es que, además que los propios políticos y funcionarios muchas veces
hacen lo necesario día tras día para ser merecedores de la desconfianza, no
menos cierto es también que, como sociedad, canalizamos nuestras frustraciones, nuestros fracasos, nuestros
infortunios, en el eslabón más débil de nuestra propia escala de valores: la política y los políticos.- Es
decir, resulta fácil echarles la culpa, aunque no la tengan.-
A la hora de votar, entonces, no es la
cualidad moral de un candidato lo que represente un peso decisivo en la balanza
de nuestras preferencias electorales, suponemos de antemano que casi todos en
mayor o menor medida utilizarán los dineros públicos para fines privados o
políticos.-
La
historia seguramente ha marcado muchos hitos de corrupción pública que
sirvieron para construir esa especie de determinismo
anómico que campea en la sociedad en general.-
Pero tuvimos también, de tanto en tanto, casos
de gobernantes destacados por su
honradez, cómo el del Presidente Arturo
Illía, pero nuestro imaginario los tiene cómo poco hacedores, abúlicos,
ineficientes.- Verdad o fantasía, es casi una afirmación que no necesita el
contraste con los hechos, sino con nuestras propias concepciones mentales,
nuestras creencias casi ancestrales.-
Por
nuestra historia, por nuestra idiosincrasia, por nuestra realidad, para los
argentinos existen dos categorías de
políticos y gobernantes: el ladrón y
hacedor, en un mismo cuerpo, y el
honesto e inútil, en otro.- Es una suerte de disyuntiva de hierro: o tomamos el camino del ladrón eficiente o transitamos el sendero del honrado inservible.-
Este gobierno mucho ha contribuido a
consolidar ese juicio casi atávico del ser argentino.- Es que, luego de la
caída vertical de 2001, con mayor o menor viento de cola en las condiciones
internacionales, ha sabido mantener un rumbo económico relativamente estable y
provechoso para amplios sectores de la comunidad.-
Pero
a la par, como nunca antes, ha sido tan sospechado de corrupción, de manejo
oscuro de los fondos públicos, de enriquecimiento inexplicable de sus
funcionarios.- No conocemos en la historia argentina, un incremento del patrimonio declarado de un presidente en ejercicio, tan geométrico e indisimulable cómo el
sucedido con la pareja presidencial en estos últimos doce años.-
Estos
dos hechos del presente siglo, unidos, nos representa el prototipo del drama institucional en nuestro país, ese karma
irredimible que nos persigue, ese determinismo ético que nos envuelve, ese
teorema existencial de resultado cantado:
a mayor gestión, más corrupción.-
En
este punto, debemos introducir otro elemento de análisis, cual es que la corrupción pública no depende
exclusivamente de la mayor o menor
honradez individual del gobernante, existen además condiciones
objetivas que coadyuvan a que un gobierno sea más o menos corrupto.-
En
nuestro país, tres son sus principales
causas tributarias: estado grande y
gastador, como consecuencia de la gestión populista; falta de funcionamiento de los mecanismos republicanos de control;
y tolerancia social para el
funcionario deshonesto (el famoso “roba pero hace”).-
La
ONG Transparencia Internacional se dedica hace tiempo a informar el “índice de percepción de la corrupción
pública” en los distintos países, una suerte de “sensación térmica” que las
personas de una comunidad tienen acerca del grado de corrupción de sus
gobiernos.-
En
una escala de 0 a 100, entre 175 países, los gobiernos que sus ciudadanos
perciben como más transparentes son los de Dinamarca, Finlandia y Nueva
Zelanda, y los más corruptos son Sudán, Corea del Norte y Somalía.- Argentina está en un poco edificante lugar
107.- Pero a nivel sub continental, de 22 países, el nuestro está entre los más
corruptos, apenas por encima de Paraguay, Ecuador y Venezuela.-
No
es casual que los gobiernos populistas
de la región se presenten como los más
corruptos, incluido la Argentina.- La explicación: los populismos suponen un estado grande, omnipresente, de elevado gasto público, en suma un
estado gordo e ineficiente, al que fácilmente
pueden sustraérsele los dineros
públicos.-
La
segunda explicación en el país es la
impunidad, que surge de un congreso
apenas virtual, organismos de
control inexistentes y un poder judicial que, si bien resistió el
intento de copamiento con las leyes de “democratización”, muchos de sus
integrantes fueron colonizados por un
poder ejecutivo invasivo y determinado a someterlo, para obtener patente
futura de inmunidad penal.-
La
tercera razón está en nosotros mismos, en el voto
resignado que ejercemos.-
Entonces,
¿qué disyuntiva nos presenta el próximo
turno electoral a los ciudadanos? ¿La continuidad del modelo “roba pero
hace”, o la vuelta al esquema de “no roba pero no hace”?
Esta
manera de presentar la opción electoral, es una estrategia para alertar al
cerebro electoral de los ciudadanos con la crudeza de las definiciones.-
Tal
vez ha llegado el momento que entendamos, de una vez y para el futuro, que no podemos seguir entrampados en
nuestras propias singularidades, en el
fatalismo de pensar que no podemos salir del “roba pero hace”, que es posible unir en una misma gestión
gobernante la virtud y la eficiencia, la moralidad y la gestión, las
trasparencia y las obras.-
Agosto
y octubre son los meses en los que el
ciudadano debe hablar, clara y
valientemente.- Después, vienen cuatro
años, que pueden convertirse en un largo calvario.-
Jorge Eduardo Simonetti
Jorge Eduardo Simonetti
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