CARISSIMO PAPA:
Esta carta tal vez nunca sea leída por Ud.,
porque no voy a enviársela.- No creo tener suficiente discernimiento para decirle
algo útil o inteligente, ni la preparación para conjugar adecuadamente el verbo
divino.- Pero la escribo porque me la dicta el corazón.- Si no lo hiciera,
admirado Francisco, tal vez el ahogo de mis pensamientos me juegue una mala
pasada.-
Soy
argentino, uno de esos tantos millones
que el 13 de marzo de 2013, sin
especulaciones de ningún tipo, nos
emocionamos hasta las lágrimas cuando desde el balcón pontificio escuchamos
el anuncio de “habemus papam” del cardenal protodiácono, que precedió a su presencia
generosa y bonachona.-
También de aquéllos que, en la misma
oportunidad, a duras penas pudimos disimular nuestro desconcierto e indignación, cuando la carpa de Tecnópolis
se llenó de silbidos ante la noticia
de su elección, mientras la Presidenta
de los argentinos, desde el micrófono, apenas esbozaba unas frías palabras de compromiso.-
Soy
también de los que se entristecieron con la ofensiva del pool de medios del
estado, arrojando dudas infames sobre su
figura.-No fue grato ver como el Sr.
González, Director de la Biblioteca Nacional, o el oficioso vocero
oficialista Horacio Verbistky en
Página 12, o Hebe de Bonafini, la de la resistencia heroica de “Madres” y
de la estafa infame de “Sueños Compartidos”, y tantos otros funcionarios y
artistas morraleros, no escatimaran palabras en el vano intento de arrastrar su
nombre por el fango.-
Me he gratificado cuando Ud. aceptaba, con
paciencia franciscana, las visitas de una
Presidenta que de la indiferencia y el disgusto por su elección, pasara
sin estación intermedia a ser su más
ferviente admiradora.- Aunque, claro está, tuve vergüenza ajena por tamaña hipocresía.-
Estaba
Ud. recibiendo a quién representaba a todos los argentinos, nuestra Presidenta.-
Y si le dedicaba el tiempo necesario y
le demostraba afecto, por carácter transitivo lo recibíamos todos los argentinos.-
Lo cortés no quita lo valiente, me dije a mi mismo.-