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sábado, 9 de marzo de 2019

¿QUIEN LE CREE AL PRESIDENTE?


UN DISCURSO, DOS PAÍSES
"No que me hayas mentido, que ya no pueda creerte, eso me aterra"
Friederich Nietzsche
                       Uno de los actos más trascendentes de nuestra democracia republicana es, sin dudas, el discurso presidencial de apertura de las sesiones ordinarias en el Congreso. Importante en las formas y en el fondo.
                               Las formas, aunque simbólicas, funcionan como representativas del sistema democrático. Patéticamente fueron violentadas por el comportamiento energúmeno de legisladores kirchneristas y de la izquierda, que a grito pelado interrumpían una y otra vez al presidente. Fungieron con sus alaridos, apenas como claque desaforada y barrabravas de traje.
                               A los autoritarios genéticos nunca les importaron las formas republicanas, cuando están en el poder simplemente imponen sus visiones, cuando están fuera de él, recurren a la violencia verbal y material y a la histeria descontrolada para violarlas. Está en su naturaleza, no otra cosa podemos esperar.
Las formas democráticas no fueron respetadas.  Los legisladores kirchneristas y de la izquierda, que a grito pelado interrumpían una y otra vez al presidente, fungieron apenas como claque desaforada y barrabravas de traje
                               Pero la importancia del acto del 1° de marzo radica en su aspecto sustantivo, cual es el contenido de la alocución presidencial.
                                No es un discurso más, no es político ni de tribuna. Es, o debería ser, un mensaje institucional, una rendición de cuentas. Especificar los grandes números en las distintas áreas, contrastarlos con años anteriores, explicar detalladamente las dificultades, dar las razones concretas de los logros y de los fracasos, hablar fundadamente de los principales problemas del país, y de las medidas que se están adoptando para superarlos o atenuarlos.

                               Me temo que al discurso de apertura, que duró poco más de una hora, le sobraron por lo menos cuarenta y cinco minutos. Fue un discurso de fe, no un mensaje institucional.
                               No son muchas las veces en que un primer magistrado recurre a tantas generalidades y evita puntillosamente el tratamiento de los principales problemas que aquejan al país, sobre todo en un tiempo de crisis marcada.
                               “Estamos parados sobre bases más sólidas que en 2015”, explicó sin ponerse colorado, pero no dio ninguna cifra o proyección futura de la inflación, el PBI, los salarios, el nivel de empleo, la desocupación, la salida de capitales, la presión impositiva, el consumo, el endeudamiento.
                               “Muchos me van a recordar que el año pasado aquí dije que lo peor ya pasó”, dijo como atajándose de la reacción comprensible de una sociedad que vive otra realidad. Es que el primer mandatario y sus funcionarios, así como dicen una cosa, dicen la opuesta, impávidos.
                               La verdad no es buena ni mala, lo que no tiene es remedio. Durante 2018 la economía cayó 2,6%, se perdieron 123.000 puestos de trabajo en la industria, que cayó un 5%, la construcción cayó un 20,5%, la inflación fue del 47,6%, el poder adquisitivo de los salarios se redujo entre un 13 y un 17 %, y sigue la lista.
Luego del discurso presidencial del 1° de marzo, el dólar subió y también el riesgo país. No es la primera vez que ello sucede, y resulta por demás evidente que juega en los mercados y en los inversores, una evidente falta de credibilidad en esta administración. Ello también se refleja en la gente común, sobre todo con un mensaje sin elementos que alienten la ilusión de una recuperación a corto plazo 
                               A modo de justificación, habló Macri de tres shocks imprevistos que obstaculizaron la marcha de la economía: la salida de capitales emergentes, la sequía y la causa de los Cuadernos de Centeno: “nos agarró a mitad de camino, estábamos saliendo”.
                               La sequía, un hecho de la naturaleza, sucede cíclicamente, como también el exceso de lluvias, no son imprevistos; la salida de capitales emergentes debe ser explicada por su misma administración, las condiciones objetivas son las que generan la llegada o la huida de capitales; finalmente, ¿que tendría que ver la causa de los cuadernos con la inflación y la recesión?
                               Estamos transcurriendo su cuarto año de mandato, ya no podemos hablar de la herencia, menos aún cuando la gestión presidencial parece ir de mayor a menor, el mismo Macri lo reconoce.
                               No es creíble una bomba económica dejada por la gestión anterior, con espoleta de retardo para que estalle al tercer año de mandato, más bien la gestión de Cambiemos no hizo lo que debía hacer al principio y las tensiones acumuladas terminaron por explotar al tercer año.
                               Y si en 2019, último año de su período, estamos peor que en 2016, su primer año, quiere decir que la gestión agudiza los problemas (no los atenúa), mayor pobreza, salarios más depreciados, mayor endeudamiento, inflación desatada, obras públicas paralizadas, economía recesiva.
                               Una administración medianamente eficiente debiera mostrarnos un progreso, o por lo menos un mismo estado de cosas, pero no una caída libre, como parece ser lo que hoy nos pasa a los argentinos.
                               Macri pudo ahorrarnos una hora, y expresar en cinco palabras su visión del país: “estamos mal, pero vamos bien” (parafraseando al Carlos Menem de 1992)
                               Sin embargo, para la mayoría de los argentinos, ello es sólo parcialmente cierto: sabemos que estamos mal, pero ¿vamos bien? No, sólo con saber que luego de tanto ajuste y préstamos del FMI, febrero registraría una inflación mayor a los tres puntos, sube el dólar y el riesgo país.
                               El presidente describió un país que no es el que vemos la mayoría de los ciudadanos, una evidente discordancia entre la visión tópica presidencial y los hechos puros y duros. ¿Estaremos en presencia de una pérdida de contacto con la realidad (psicopatía de los gobernantes) o de una genética adicción a no decir la verdad?
Si nadie ve lo que ve el primer mandatario,  ¿estaremos en presencia de una pérdida de contacto con la realidad (psicopatía de los gobernantes) o de una genética adicción a no decir la verdad?
                               En la revista Noticias, la madre del presidente contó que siente culpa por haber sido muy severa con su hijo con la mentira. “La mentira era una de las cosas que más le reprochaba: … le he llegado a pegar, cosa que me arrepiento…por eso dije, este chico no puede ser presidente”.
                               Es cierto que hemos mejorado sustancialmente en lo institucional, con una separación de poderes real, con un Congreso y un Poder Judicial funcionando medianamente de manera independiente, con una mejor inserción internacional, mucho menor corrupción.
                               Ello, sin embargo, no nos garantiza una mejor calidad de vida, necesitamos eficiencia en el gobierno, con funcionarios en cuya boca lo cierto no se haga dudoso. No es con consignas que lo vamos a lograr, sino diciendo la verdad, siempre la verdad, toda la verdad.
                                No ayuda a la esperanza las declaraciones de Michetti en España: “Espero que en octubre la gente se fije en la mejoría institucional y no en lo económico”, como adelantando su falta de confianza en que los bolsillos argentinos vayan a mejorar para entonces. ¡Y es la vicepresidenta!
                               El sueño de una mejor calidad de vida, no se cumple con ayudas sociales, populismo barato, ni pérdida de las libertades democráticas, pero tampoco con versiones distorsionadas de la realidad, porque el primer paso para solucionar los problemas es reconocer que los tenemos, y el segundo que no logramos lidiar con ellos.
                                Los gobernantes siempre deben decir la verdad, aunque duela, porque lo peor que le puede pasar al sistema es la pérdida de credibilidad de la sociedad.
                               Por ello, el título de esta nota interpela al hombre común y a la mujer común, busca la respuesta en la interioridad de cada quién: ¿le cree Ud. al presidente?
                                                                        Jorge Eduardo Simonetti
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