"No que me hayas mentido, que ya no pueda creerte, eso me aterra"
Friederich Nietzsche
Friederich Nietzsche
Uno
de los actos más trascendentes de nuestra democracia republicana es, sin dudas,
el discurso presidencial de apertura de las sesiones ordinarias en el Congreso.
Importante en las formas y en el fondo.
Las
formas, aunque simbólicas, funcionan como representativas del sistema
democrático. Patéticamente fueron violentadas por el comportamiento energúmeno
de legisladores kirchneristas y de la izquierda, que a grito pelado
interrumpían una y otra vez al presidente. Fungieron con sus alaridos, apenas
como claque desaforada y barrabravas de traje.
A
los autoritarios genéticos nunca les importaron las formas republicanas, cuando
están en el poder simplemente imponen sus visiones, cuando están fuera de él,
recurren a la violencia verbal y material y a la histeria descontrolada para
violarlas. Está en su naturaleza, no otra cosa podemos esperar.
Las
formas democráticas no fueron respetadas. Los legisladores kirchneristas y de la
izquierda, que a grito pelado interrumpían una y otra vez al presidente, fungieron
apenas como claque desaforada y barrabravas de traje
Pero
la importancia del acto del 1° de marzo radica en su aspecto sustantivo, cual
es el contenido de la alocución presidencial.
No es un discurso más, no es político ni de
tribuna. Es, o debería ser, un mensaje institucional, una rendición de cuentas.
Especificar los grandes números en las distintas áreas, contrastarlos con años
anteriores, explicar detalladamente las dificultades, dar las razones concretas
de los logros y de los fracasos, hablar fundadamente de los principales problemas
del país, y de las medidas que se están adoptando para superarlos o atenuarlos.