EL DILEMA IRRESUELTO DE MACRI
“Cuando se
sincera la economía hay un precio que pagar, por eso es peligroso el populismo:
es el sacrificio del futuro por un presente efímero”.
Mario Vargas Llosa, escritor
Que Mauricio
Macri es una persona optimista, nadie duda, pero que además muchas veces le han
faltado evidencias para sustentar su optimismo, eso tampoco está en cuestión.
Desde la pobreza
cero y la inflación fácilmente domesticable de sus comienzos como presidente, a
este presente del incremento geométrico del costo de vida, desvalorización
importante de la moneda, contracción marcada de la actividad económica, hay un
campo, un campo de imprevisión, de anuncios sin base fáctica, de una mirada
casi infantil sobre los males de la Argentina y sus soluciones.
Macri es el
modelo de libro de aquello que Winston Churchill dijera: “el político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el
mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ha ocurrido”.
A una tremenda
falla en el diagnóstico inicial de la economía argentina, le sumó una sucesión
de medidas de gobierno que, por ser inadecuadas o insuficientes, sólo consiguieron
traernos a este presente.
La Argentina
viene de un pasado populista que el presidente ha prolongado por la
ralentización de su metamorfosis y la falta de un modelo alternativo.
En su descargo,
hay que decir que, a diferencia del kirchnerismo autocrático, debió negociar
toda medida importante de gobierno, con un poder distribuido horizontalmente
con el congreso, y verticalmente con los gobernadores de provincia.
Armar un estado
populista es relativamente fácil, lo complicado es desactivarlo sin generar un
caos social y poner en riesgo la estabilidad democrática, a través de la
prédica disolvente de sus creadores.
Si por vía de la
imaginación abrimos el cajón de las fantasías, podremos desempolvar el viejo
“manual del buen populista”, que nos explica cómo estructurar el populismo de
estado. Destaco “populismo de estado”, porque todos hacen populismo con dinero
público, no con el propio.
Un estado populista es extremadamente sencillo de armar, lo
peligroso es desarmarlo, especialmente cuando no se tiene el poder suficiente
para hacerlo y tampoco un plan
alternativo que genere puestos de trabajo allí dónde haya ayudas sociales. El
FMI, ese cruel pombero de nuestras antiguas pesadillas, no es el problema. El
problema somos nosotros
Primer
mandamiento: el gobernante no gobierna, el líder salva a la patria. Segunda
acción: manotear todas las cajas posibles que nos permitan acumular dinero
suficiente (las retenciones móviles al campo por el viento de cola del valor
récord de los “commodities” agrícolas, la estatización de las jubilaciones
privadas, una presión impositiva casi récord en el mundo, suma y sigue).
El tercer paso es
proceder a la meneada “distribución de la riqueza”, que no es otra cosa que la
repartija del dinero acumulado a través de las ayudas sociales con sistema
clientelar, y la baja de las tarifas públicas (gas, luz, transporte) dónde más
votos haya (Capital Federal y conurbano bonaerense, incluyendo a ricos y
sectores medios)
Seguidamente,
conseguirse a tres o cuatro enemigos (normalmente de mala prensa), a los cuales
echarle la culpa cuando las cosas no van bien: los medios hegemónicos, la
corporación judicial, los fondos buitre, los neoliberales.
Y listo, sistema
construido.
El estado
populista es un mecanismo de relojería relativamente fácil de armar, pero
peligroso y complicado para desarmar. Si se lo deja correr, tiene una vida
útil, su reloj vital corre mientras haya financiamiento (los lingotes de oro
del banco central en el primer peronismo, el precio récord del petróleo en
Venezuela, los altos valores de los “commodities” agrícolas durante los
Kirchner).
Terminado el dinero
fácil, se sigue con la maquinita y el financiamiento externo e interno, lo que
significa inflación y endeudamiento caro.
El problema
principal es que existe un doble riesgo con el sistema populista: o explota por
acumulación de tensiones e imposibilidad de financiamiento (caso Venezuela), o
lo hace cuando se intenta desarmarlo sin pericia y con poco poder.
Macri, por lo
menos en el discurso, decidió desactivarlo, “de manera gradual” según sus
propios dichos, aunque, cabe decirlo, tan gradual que se tornó casi
imperceptible, manteniendo un déficit fiscal casi intolerable para la
estabilidad económica de un país.
Pareciera que
Cambiemos, haciendo honor a aquella frase que “la democracia se soluciona con
más democracia”, construyó su propia máxima: “el populismo se soluciona con más
populismo”, a estar al incremento de los subsidios sociales y la tímida
recuperación de las tarifas. Pero, el esquema no le resultó.
Los cultores de trinchera de la prédica disolvente, están al
acecho de los fracasos del gobierno. Éste, lamentablemente, les da margen para
soñar
Es que no todo es
lineal ni sencillo, un sistema (el populista) debe ser reemplazado por otro, y
es éste el que Macri no supo o no pudo proponerle a la sociedad. Disminuir
subsidios, actualizar tarifas, sincerar la economía, debían ser acompañados de
un crecimiento paulatino de la economía que generara trabajo y posibilidades de
mejores condiciones de vida a los sectores que resultarían privados de las
ayudas. Si eso no sucede, lógicamente la salida del populismo podría significar
el estallido de un polvorín.
El “gradualismo”
no tardó en mostrar su cara inconducente, y la realidad golpeó a la puerta: un
déficit intolerable que generaba la necesidad de un “ajuste drástico” (aunque
parezca poco simpático).
Y un día volvimos
al “cuco” de las pesadillas argentinas: el Fondo Monetario Internacional. El
organismo nos presta dinero a tasas muchos más bajas que las de un mercado poco
amigable para un país que defaulteó su deuda, pero nos exige la reducción
drástica del déficit fiscal.
Fue la
encrucijada de Macri, o hacíamos o hacíamos el “ajuste”: por nuestra cuenta con
financiamiento caro o a tasas mucho más bajas pero con las condiciones del FMI.
El debate entre
monetaristas y keynesianos no parece tener ya cabida en este presente
argentino, porque lo que sigue es el camino del diablo como el de la destruida
Venezuela.
300.000 millones
debemos ahorrar en el presupuesto de 2019.- Un tercio de eso le corresponde
hacerlo a las Provincias. ¿Alcanzará?
A Corrientes le toca poco más de 3.000
millones. La pregunta es ¿dónde ajustar?, en una provincia con sueldos bajos,
tarifas ya altas y obras públicas escasas.
Hay que tener buena memoria y no olvidar el origen de los
problemas. La solución está en el futuro, no en la vuelta a un pasado de
realismo mágico y desencuentro permanente
La peor cara del
populismo no es ya el dinero público que entrega sino las costumbres sociales
que genera. Si uno se acostumbra a recibir mensualmente un monto de dinero del
estado, declinan las aspiraciones de valerse por uno mismo. Y las costumbres
sociales son muy difíciles de desarraigar.
No creo que hoy
la opción sea un “estado populista” o uno “neoliberal”, cómo gusta decir a la
política. Se trata de construir una nación en la que las colas se produzcan en
las fábricas u oficinas para tomar un empleo, y no en los cajeros automáticos
para cobrar un subsidio.
Pero para ello,
hay que tener un plan de fondo que nos diga hacia dónde vamos caminando, y por
qué vale la pena hacer el esfuerzo. Sólo con un plan de ajuste fiscal no alcanza,
nos puede llevar a la muerte en el intento.
Jorge Eduardo Simonetti
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