EL ESPACIO PÚBLICO NO TIENE PROPIETARIOS.- “Si no se van en cinco
minutos, los vamos a sacar”, dijo días pasados la Ministra de Seguridad de la Nación Patricia Bullrich, en oportunidad de
anunciar el Protocolo de Actuación en
las Manifestaciones Públicas, mientras se producían 200 cortes de calle en
todo el país con motivo de la detención de Milagro Sala.- La corta y seca
expresión de la funcionaria, fue aplaudida por una gran parte de la ciudadanía,
que veía, por fin, que el estado se hacía cargo de una problemática que
constituyó el talón de Aquiles de la gestión kirchnerista.-
Es
que la Argentina, en todos estos años, fue el reflejo casi paradójico de un
gobierno que, bajo el pretexto de no
criminalizar la protesta social, abjuró
de una de sus obligaciones esenciales, cual es la de garantizar que el
ejercicio de los derechos de unos no se constituya en la derogación fáctica de
los derechos del conjunto.-
Más
grave aún fue que estuvimos a punto de perder
la “batalla cultural” del comportamiento civilizado, porque las autoridades
pudieran actuar de modo demagógico y marginal, pero una sociedad anómica (anomia, falta de normas o incapacidad de la
estructura social de proveer lo necesario para logar las metas de sus
componentes) es una sociedad perdida,
sin metas, sin rumbo, sin parámetros.-
Nuestro
país marcó un hito mundial en la metodología de protestar, al introducir la variante “piquetera” de reclamo, que
consiste en afectar los derechos de
terceros inocentes, el conjunto de los ciudadanos, en defensa de los
derechos de una parcialidad.- De tal modo, el éxito de la protesta estaba
medido por la cantidad de ciudadanos comunes afectados por la medida, más no
por el impacto en el poder estatal o en las patronales involucradas.- Una protesta de cinco personas o de cinco
mil daba lo mismo, el resultado era calcado: se cortaban las vías de
circulación, con el conjunto social como víctima.-
Un
estudio realizado en 2014 por el
sitio Chequeado.com, determinó que en 2013 se produjeron en todo el país casi seis mil cortes, un 5% más que en
2012.-
En su informe anual de 2014, The Economist
ubicó a la Argentina entre los
países de más alto riesgo de protestas
sociales.- Es que, ante la evidente incapacidad
de las estructuras orgánicas del estado para canalizar la protesta social
(Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial), los organizadores encontraron una variante más fructífera para
obtener sus demandas, cual es el tomar
de rehenes a las personas comunes, impidiéndoles la movilidad esencial.-
Al
momento de escribir este artículo, el Ministerio de Seguridad se hallaba a la
espera de los aportes de los distintos sectores y personas, para lograr un
proyecto definitivo de Protocolo
Antipiquetes, que es el que regirá a futuro.-
Desde
algunos sectores, especialmente desde el kirchnerismo duro y desde la
izquierda, se salió a criticarlo, sosteniendo que el mismo tendrá como
resultado la criminalización de la
protesta social, violando con ello derechos consagrados en la
Constitución.-
Desde
estas páginas fuimos particularmente duros con el “viva la pepa” que fue el espacio público en la gestión kirchnerista.-
Vale reconocer que, en su última etapa,
ellos mismos intentaron atenuar el impacto de la protesta en el espacio
público, a través de sendos proyectos de
ley de Carlos Kunkel y de Diana Conti, pero que no tuvieron suficiente
apoyo legislativo por la incapacidad genética del entonces oficialismo para
superar su complejo populista.-
Sin
embargo, el tema resulta delicado de definir constitucionalmente, ante la disputa inexorable de dos derechos de
categoría superior: el derecho de protestar y el derecho de circular.-
Como
dato esencial a considerar, debemos expresar que toda protesta de carácter
general, se realiza en el espacio público, por lo que prohibirlas constituiría un agravio constitucional.-
No
podemos olvidar que muchos derechos, en todo el mundo, fueron conseguidos a
través de las marchas en espacios públicos.- No hubiera habido gobierno patrio, si en 1810 los vecinos de
Buenos Aires no se agolpaban a las puertas del Cabildo; la independencia norteamericana no se hubiera concretado sin que
los colonos americanos ocuparan las calles de Boston en 1773, y tiraran un
cargamento de té en protesta contra Gran Bretaña; la Revolución Francesa no sería un hito en la historia, si el
pueblo francés no ocupara los jardines de Versalles, contra el hambre y la
monarquía despótica; no hubieran obtenido
el derecho a voto las mujeres nortamericanas, si en 1917 no se congregaran
diariamente frente a la Casa Blanca; los
ingleses seguirían en la India si en 1930 Mahatma Gandhi no iniciara una
caminata de 390 kilómetros, que generó una desobediencia civil masiva contra el
colonialismo británico; tampoco la
población negra hubiera tenido derecho a voto y mayor igualdad, sin la
lucha comandada por Martin Luther King, que culminó con la famosa marcha sobre
Washington, y su recordado discurso “I have the dream”; el “apartheid” seguiría vigente en Sudáfrica, si en 1976 los
estudiantes de Soweto no salieran a la calle, aglutinados tras la figura de
Nelson Mandela; o los derechos laborales
de los obreros metalúrgicos brasileños, si en 1979 no hubieran copado las
calles de San Pablo; y las tantas manifestaciones multitudinarias en nuestro
país, que por conocidas no las recordamos.-
Pero
una cosa son las protestas masivas que se realizan esporádicamente en el ámbito
de una democracia, y otra muy distinta es utilizar
la calle como un recurso diario, repetido, descontrolado, abusivo, ilimitado,
de reclamos de cualquier envergadura.- Allí, entonces, que deviene
necesario la aprobación de un protocolo que, con carácter reglamentario,
organice la protesta de manera tal que todo el mundo sepa a qué atenerse.-
Como
todo en esta vida, el abuso del derecho
de algunos (aunque exista y sea cardinal), cuando se realiza de forma
reiterada en detrimento de los derechos
del conjunto, seguramente configura un caso que requiere de la intervención
de los funcionarios públicos para mediar en el diferendo, y ello no se logra
con la actitud omisiva de un estado que se había retirado del cumplimiento de
sus obligaciones esenciales.-
La izquierda no puede, sin caer en contradicciones esenciales, sostener con el discurso la realidad de lo
sucedido otrora en los países comunistas,
que no sólo nunca permitieron
manifestaciones, sino que las reprimieron duramente, como el caso de las
protestas en la Plaza de Tiananmen de
Pekín, en 1989, que provocó una masacre de los estudiantes por parte
del régimen comunista chino, por citar sólo un caso.-
En lo personal, estimo bienvenido el Protocolo Antipiquetes, con el suficiente equilibrio para garantizar la protesta social en el espacio público, cuando ésta sea
pacífica, masiva y por razones de interés general, pero con la utilización del poder que confiere la
democracia y el sistema republicano, cuando
no se cumplan esas condiciones y se tengan a los ciudadanos de a pié como
rehenes de un sistema perverso que malversó el verdadero carácter de un reclamo
general.-
Quién
sostenga que se debe permitir la
ocupación del espacio público sin límites ni condicionamientos, en realidad está creando el caldo de cultivo para que pensemos que el orden mínimo de la convivencia
pacífica, no puede venir de la mano de
la democracia, sino de la dureza de
los autoritarismos y las dictaduras.-
Jorge Eduardo Simonetti
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu opinión