EL SÍNDROME PERONISTA
“El peronismo es una tesis
sin antítesis, nadie quiere ser la antítesis del peronismo. Opción superadora
sí, antítesis jamás. Es incómodo. Te dicen cipayo en Twitter y gorila en
Facebook”
FERNANDO
IGLESIAS
El tratamiento del presupuesto 2019, el
del ajuste, el impuestazo y el déficit cero, termina de aprobarse.
En el Congreso se vio patente la
caricatura de la política argentina. El gobierno, a falta de votos propios,
debió negociar, y cuando de negociar se trata, del otro lado del mostrador siempre
se encuentra el peronismo.
Un peronismo condescendiente como el
de Urtubey, o negociador como el de Pichetto, o más duro como el de otros gobernadores
e intendentes federales, o un lumpen peronismo intransigente como el
kirchnerismo (en rigor, un estadío superior de populismo peronista).
De tal modo, con la mecánica
negociadora del “policía bueno y del policía malo”, de uno u otro modo, le fueron
sacando al gobierno decisiones en favor de las provincias que gobiernan, fondos
muchos de ellos que están fuera de la ley en discusión, y que seguramente
deberán ser pagados por caja aparte con los famosos ATN.
En materia legislativa, en tiempos
cristinistas la lógica fue la de la obediencia, había que estar aplaudiendo en
la primera fila de sus insufribles cadenas para recibir las mieles en pesos o
en obras, y levantar las dos manos a la hora de votar. Los que no, látigo y
desierto.
En la época macrista, por razones de
número pero también de comportamientos instintivos, los gobernadores peronistas
saben sacarle rédito a los votos de sus senadores y diputados, hasta extremos “cambalacheros”,
y mientras ellos obtienen sus ventajas presupuestarias, en la calle la patota
no dejaba de romper todo, para que el neoliberal
Macri sepa a que atenerse, por las dudas, vio?
Es decir que, los gobernadores
peronistas pasaron, de aplaudidores seriales de primera fila, a férreos
defensores del federalismo de última hora.
El
presupuesto del duro ajuste se ha aprobado, con votos del oficialismo, fuerzas
provinciales y un sector del peronismo. Si para levantar la mano, los
peronistas negociaron ventajas para sus provincias, la pregunta es si los
legisladores correntinos de Cambiemos lo hicieron por convicción política, por
disciplina partidaria o por obras para la provincia. No es una cuestión menor y
no debe quedar en la obscuridad
Los peronistas, ora como oficialismo ora como
oposición, supieron utilizar la caja, el látigo o la patota, todo a su tiempo,
conforme sean las necesidades y los momentos.
Su traza de gestión fue casi siempre
la panacea del gasto público, especialmente en tiempos de gestión kirchnerista.
Los gobiernos no peronistas que les sucedieron pagaron los platos rotos, y para
pagarlos tuvieron que ajustar, y para ello debieron negociar con los mismos que
organizaron la fiesta, es decir con el peronismo, como ahora.
Nos
hicieron creer, o fue nuestra estúpida candidez, que ellos son los únicos que
pueden gobernar el país. De los dos lados del mostrador, en el gobierno o en la
oposición, son quienes mandan, son los que fijan la agenda, son los que gobiernan
sin controles y son los que no dejan al resto gobernar sin su concurso.
Lo cierto es que los hechos cantan, y
que desde 1958 hasta hoy, ningún gobierno no peronista pudo terminar su mandato.
Ello es especialmente notable desde el restablecimiento de la democracia en
1983, con Alfonsín y De la Rúa, que en conjunto no pudieron alcanzar los ocho
años, mientras que los peronistas gobernaron, con Menem, Duhalde y los
Kirchner, casi veinticinco en el mismo lapso.
Cada uno tiene la responsabilidad política que
le compete en el ejercicio del máximo poder del estado, y no pueden descargarla
en otros. Alfonsín y De la Rúa la tuvieron, y mucho, por la interrupción de sus mandatos.
Pero no pueden quitarse el sayo
aquéllos que de los últimos treinta y cinco años gobernaron veinticinco,
aquéllos que en el poder o fuera de él se comportaron como partido único, con
gestiones autocráticas. Como oposición, desde las gobernaciones propias, una
fuerte representación parlamentaria y el poder de facto que significa el manejo
de los sindicatos y de la presencia callejera de piqueteros, barras bravas y mafias
varias, le pusieron fuerte presión a gobiernos que no tuvieron la suficiente enjundia
para imponer el peso de la ley y de la democracia.
La
labilidad peronista permitió que algunos acuerden y voten el presupuesto, otros
obtuvieron beneficios para sus provincias pero a la hora del voto le hicieron
pito catalán al oficialismo, y un tercer sector de cuño kirchnerista, se mantuvo
en la negativa irracional
La Nación toda, desde hace mucho,
viene padeciendo el síndrome peronista, esa sensación casi inexplicable de
estar convencidos que sin ellos no se puede, síndrome que se hace más evidente
en las restantes fuerzas políticas y en sus gobiernos, que parecen padecer una
incurable capitis diminutio gestada a
partir de sus persistentes contendores.
Decía Fernando Iglesias que en los
Estados Unidos los republicanos critican a los demócratas y los demócratas a
los republicanos; en Francia los conservadores critican a los socialistas y
éstos a los conservadores; en la Argentina, en cambio, los peronistas critican
a los radicales y los radicales critican a los radicales. Una psicopatía digna
de estudio. O si no, habrá que preguntarle a Ricardito.
La verdad, por mis opiniones en esta
columna, muchas veces desde el Facebook me han calificado de gorila. La famosa expresión
descalificatoria nació en un programa de radio de La Revista Dislocada, en 1955, para referirse a todos los que
estuvieran en contra de la política peronista o sea en contra de Perón.
Pocos términos hay en la Argentina con
tan fuerte carga simbólica, pero carga simbólica no significa carga política o
ideológica. Gorila no es ser de
derecha o de izquierda, conservador o liberal, gorila es no ser peronista, no adorar a Perón, a Néstor o a
Cristina.
Por ello, cuando me tratan de gorila por alguna opinión, desconozco si
me califican como tal los derechistas de Guardia de Hierro, los zurdos de la
guerrilla montonera, los parapoliciales de la Triple A, los peronistas neoliberales de Carlos Menem, el setentismo vintage de la neoizquierda kirchnerista, o simplemente
los que se sienten con la camiseta peronista como si tuvieran la de Boca o la
de River.
La
pregunta es hasta cuando el país seguirá sufriendo las consecuencias del
síndrome destructivo, que los incendiarios sean después los bomberos
El que mejor supo definir la labilidad
peronista, fue su propio mentor. El astuto general dijo alguna vez que “Los muchachos se ponen distintos
nombres: los hay ortodoxos, los hay heterodoxos, los hay retardatarios, los hay
apresurados, los hay contemplativos. Pero son todos buenos muchachos, son todos
peronistas”.
Tal vez lo que le ha permitido al
peronismo estar vigente por más de setenta años en la política argentina, no
sólo vigente sino con un gran poder de fuego, sea esa suerte de indefinición
ideológica, que lo convierte en un barril sin fondo en el que todo entra y casi
nada sale, y todos son admitidos, la cuestión es simplemente ponerse la
camiseta, aunque con ella en el cuerpo convivan derecha e izquierda,
conservadores y ucedeístas, nacionalistas y globalizadores.
Un gorila
con todas las letras fue Jorge Luis Borges. Debatiendo con un joven escritor,
éste le dijo: “En política no vamos a
estar de acuerdo, maestro, porque yo soy peronista”. Borges, con su
habitual genio le respondió: “¿Cómo que
no? Yo también soy ciego”.
Esta última anécdota va sin ánimo de
menoscabo a todo aquel ciudadano de a pie, poseso de esa suerte de sentimiento religioso que es
el peronismo, del que parece participar también nuestro Francisco.
Jorge Eduardo Simonetti
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