RELIGIÓN Y SEXUALIDAD
En la XXVI reunión de los cardenales consejeros, el papa
Francisco convocó a los presidentes de las Conferencias Episcopales del mundo,
a una reunión a realizarse en el Vaticano entre el 21 y el 24 de febrero de
2019, cuyo objetivo es abordar el tema de la prevención del abuso de niños y
adultos vulnerables
Hace
un par de semanas escribí en estas mismas páginas, que no alcanza con pedir
perdón por parte de la iglesia por los abusos sexuales contra menores cometidos
en su ámbito, que hacía falta una actitud proactiva para examinar en su seno el
fondo de la cuestión y adoptar efectivas medidas para erradicar la pedofilia.
Lo
que olvidé decir en esa oportunidad, es que la jerarquía católica se vería en
aprietos para tratar el fondo de la cuestión, teniendo en cuenta la larga
historia de desencuentros entre la iglesia y el sexo.
Si
dios creó al hombre a su imagen y semejanza, lógico sería pensar que la
sexualidad fuera integrativa del ser humano, como atributo entregado por la
divinidad.
Pero
la interpretación de los textos religiosos fue históricamente en sentido
contrario, partiendo del mordisco al fruto prohibido, que no fue más que el
pecado original de Adán y Eva en su relación con las pasiones, hasta llegar a
nuestros días en los que, entre los atavismos y la hipocresía, se siguen
cerrando los ojos al reconocimiento del sexo como cuestión natural y también
como cuestión de Dios.
Francisco
pidió perdón en nombre de la iglesia por los casos de abusos de menores, pero
ahora avanza más allá. La reunión de febrero de 2019 del papa con los
presidentes de la Conferencia Episcopal de cada país, posiblemente abra un
nuevo camino para una sociedad que
necesita una práctica religiosa inclusiva y actualizada
Dice
Juan José Sebrelli en su excelente obra “Dios
en el laberinto”, que las tres grandes religiones monoteístas de origen
veterotestamentario, han sido a lo largo de la historia rígidamente moralistas,
sexofóbicas y represivas del uso del propio cuerpo tanto para el goce como para
evitar el sufrimiento.
Los
escritos del propio San Pablo fueron sexofóbicos, lo que se hace
particularmente marcado en San Agustín, para quién el goce sexual, incluso en
el matrimonio, era pecaminoso.
A
partir del Cuarto Concilio de Letrán (1215) y de la instauración de la
Inquisición, las heterodoxias sexuales dejaron de ser pecados para convertirse
en delitos, con penas de amputación de miembros, quema en la hoguera, el cepo,
la horca.
La
sexofobia fue un elemento fundamental en la discriminación de la mujer, la que
fue siempre fue retratada en los textos religiosos como apéndice del hombre
para la reproducción.
En
el cristianismo, entre los siglos XV y XVII, surgió otra forma de femicidio, la
estigmatización como brujas de las mujeres, en especial solas y viejas. La
brujería estaba ligada al sexo y a la demonización de la mujer. La caza de
brujas fue obra de varones.
Así
como días pasados lo hizo Francisco por la pedofilia intra religiosa, en 1995
Juan Pablo II pidió perdón a las mujeres, en una carta dirigida a todas ellas,
por las injusticias cometidas por la iglesia contra las mismas. Pero, entonces,
el pedido de perdón no llevó cambios significativos en el trato de la
institución religiosa hacia las mujeres, las que siguen siendo discriminadas en
cuestiones tales como el uso libre de su cuerpo y la prohibición del
sacerdocio.
A
los homosexuales no les fue mejor con la iglesia, baste recordar el discurso
navideño de Benedicto XVI en 2012, que convocó a otras religiones para forjar
alianzas contra los derechos igualitarios de los homosexuales, alegando que “esa lucha pone en juego la visión misma del
ser humano”.
Juan
Carlos Bergoglio significó un aire fresco para una iglesia que se iba
estancando en temas de fundamental importancia para la vida actual
La
superioridad del espíritu sobre la carne fue el fundamento esencial de la larga
historia de una iglesia católica con diversos grados de represión contra las
manifestaciones de la sexualidad humana, las que hoy también se ven expuestas
con cuestiones tales como la homosexualidad y el goce del cuerpo.
En
este punto, es necesario parar la pelota y analizar el contexto en que el papa
Francisco se mueve dentro y fuera de la iglesia, para luego ver si su postura
es ajustada a las circunstancias.
Días
pasados, el ultraconservador derechista arzobispo Carlo María Viganó, acusó al
papa de haber sabido y no haber tomado medidas contra un cardenal acusado de
abusos. Francisco decidió no responder.
Y
aquí es dónde hay que pensar con mucho detenimiento y advertir que la crítica de Viganó hacia Francisco no está
precisamente en una actitud de condena a la pedofilia. Al ex nuncio papal en
E.E.U.U. y su grupo ultraconservador de inquisidores, no les gustan los nuevos
aires progresistas que corren en el Vaticano, quieren socavar la autoridad
papal y volver a la época oscura de aborrecimiento a la homosexualidad y el
consecuente impedimento de que todos los católicos puedan practicar su religión
con dignidad.
Podríamos
señalar muchas cosas que no nos gustan de la gestión de Francisco como Papa, lo
que no podemos poner en duda es que inició una época de apertura de la iglesia
hacia el mundo, hacia el ecumenismo, hacia la sociedad civil, comenzando a
tratar, tímidamente para los apurados, temas que fueron tabú para el Vaticano y
que le merecieron ataques de los “ultras” de adentro, como Viganó.
No
se cambian dos mil años de historia con decretos papales, se cambian con
objetivos claros, trabajo tesonero y debate permanente, y eso es lo que representa
la reunión que se realizará en febrero próximo.
La
cuestión esencial es no cerrarle los caminos de Dios a todas las personas que
quieran practicar su religión sin distinciones de ninguna clase
Debo
reconocer que, ante tremendos acontecimientos como los de la pedofilia,
aparecemos apresurados para exigir medidas que arranquen de raíz el problema.
Pero, muchas veces, nuestra actitud le hace el juego a quiénes, desde
posiciones conservadoras cuasi medievales, lo que buscan es volver a una
iglesia represiva e inquisidora.
Vuelvo a repetir que no alcanza con pedir
perdón por los abusos cometidos, pero considero como muy auspicioso el anuncio
de la reunión en el Vaticano de todos los presidentes de las conferencias
episcopales de todos los países, para febrero del año 2019, para debatir sobre
medidas de prevención.
Abrigo
la secreta esperanza que en la reunión se vaya hasta el hueso en el análisis,
poniendo en consideración el debate profundo sobre las causas del delito de
abuso de menores en sede religiosa.
Tengo
para mí que la eliminación del celibato sacerdotal y la apertura hacia la mujer
en la posibilidad del sacerdocio, serán dos medidas que calarán profundo en la
solución del problema, comenzando un nuevo tiempo en las vocaciones
sacerdotales y en una iglesia más inclusiva, sin secretismos, sin complicidades
y abriendo sus puertas a todas las personas de buena voluntad que quieran
practicar su fe religiosa sin discriminaciones inadmisibles.
Los
laicos estamos mirando hacia Roma. Que Roma mire a los laicos.
Jorge Eduardo Simonetti
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reproducción, a condición de citar su fuente
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