MISA EN LUJÁN
“No nos dejemos robar
el entusiasmo. No nos dejemos robar la esperanza. No nos dejemos robar la
alegría permanente. No nos dejemos robar…”
Monseñor Radrizzani, Arzobispo
de Lujan, parafraseando a Francisco
Un eufórico arzobispo cantaba fuera
de micrófono “patria sí, colonia no”,
acompañado con los vítores de la multitud y la atenta mirada complaciente de
Moyano y sus acompañantes. Fue durante la misa organizada por el jefe
camionero.
Tal
vez, teniendo en cuenta su distinguido auditorio, no fue necesario parafrasear
la frase completa de Bergoglio que encabeza esta nota, con el “no nos dejemos robar…” bastaba y
sobraba, aunque le ardiera la oreja a más de uno de los presentes.
Con
la misa efectuada días pasados, a pesar de que las verdaderas intenciones
quisieron ser ocultadas bajo los generosos pliegues de la sotana, ningún
argentino dejó de darse cuenta de sus alcances e implicancias.
Radrizzani,
el arzobispo, no se quedó en la ajada consigna pronunciada fuera de audio. Por
el contrario, a través del micrófono instruyó a la sociedad y al gobierno
acerca de medidas concretas en lo económico, político y social que la iglesia
reclamaba como portavoz de un definido sector.
La
misa que en Luján reunió a los popes del peronismo, kirchnerismo y
sindicalismo, constituyó una apuesta fuerte de la jerarquía eclesiástica
argentina por un definido sector político
“Quiero felicitarlos que construyan una
alternativa humana a la globalización excluyente”, dijo un entusiasmado
prelado dirigiéndose a Hugo y Pablo Moyano, Hugo Yasky, Daniel Scioli, Felipe
Solá, Guillermo Moreno, Wado de Pedro y Roberto Baradel, entre otros.
Y
no se quedó en lo político, fue más allá, recomendando “que cambien el modelo económico y convoquen a un acuerdo social”,
demostrando que la iglesia también es competente en política económica.
Por
si ello fuera poco, para no defraudar las expectativas de los que se sentaban
en primera fila, se animó con la justicia, expresando que “sufrimos un poder judicial que cree que hacer justicia es desechar la
presunción de inocencia”. ¿Cómo no solidarizarse y denunciar la persecución
judicial que sufren los que se llevaron el dinero público?, pensó para sus
adentros el religioso.
Tan
entusiasmado estaba Radrizzani con los Moyano, los Scioli, los Baradel, los
Moreno, y con la multitud, que no advirtió que con sus palabras estaba
blanqueando la injerencia de la iglesia en la política argentina, que hasta
entonces se pretendía presentar larvada.
Sus
palabras no versaban ya sobre un llamado a la concordia, al fomento de la fe
religiosa, a la protección de los pobres; su homilía constituyó un verdadero
programa de gobierno, una plataforma partidaria.
Tal
vez excedido en su frenesí, pero sintiéndose apoyado al más alto nivel de su
jerarquía, entendió que era el momento de blanquear en la Argentina las
pertenencias ideológicas.
Radrizzani,
el arzobispo, en una suerte de “excusatio non petita”, intentó despegar al Papa
de la movida, aunque la aclaración no pedida sólo logró generar el efecto
contrario
¿Por
qué estaría mal que los amigos políticos comiencen a reagruparse, que se ayude
a los compañeros en desgracia, que sea hora que los bomberos comiencen a no
pisarse la manguera? Basta de arrepentidos, es hora de los cómplices.
Era
antinatural que un caudillo sindical prepotente, poderoso, millonario y
peronista, como Moyano, estuviera enfrentado con Cristina. De última, si no los
unía el afecto político, debía juntarlos el espanto, el espanto que comparten
por la muy cercana posibilidad de terminar tras las rejas.
Y
la Iglesia Católica, haciendo gala de su carácter de institución milenaria que
supo navegar en aguas mucho más borrascosas y siempre salvarse del naufragio,
debía de ser el elemento catalizador de esa resistencia.
También
era antinatural que una institución religiosa, guiada desde lo más alto por un
connacional, que hace valer su presencia inmanente en el escenario comarcal
como antiguo simpatizante del peronismo “guardahierrista”, no cerrara filas con
el populismo nacionalista y clerical, en contra de un gobierno al que tildan de
neoliberal y que cometió el pecado de lanzar la piedra sin esconder la mano, sometiendo
a la discusión legislativa un tema tabú para la iglesia como el aborto.
En
una suerte de “excusatio non petita”, el arzobispo de Lujan se apresuró a
aclarar que el Papa nada tenía que ver con la misa, una patética subestimación
de la inteligencia de los argentinos y un reconocimiento por defecto que
Francisco es siempre el padre moral de los movimientos de la jerarquía
eclesiástica en nuestro país.
Con
la misa en Luján, temo que ha constituido el Partido Clerical, una avanzada
política en la Argentina, que combina la experiencia de conocidos popes del
peronismo, el kirchnerismo y el sindicalismo, con la sabia nueva de una
jerarquía eclesiástica que ya se anima a intervenir en los asuntos del César,
sin abandonar los de Dios.
Que
el arzobispo de Luján haya cantado, fuera de micrófono, la ajada consigna “patria
sí, colonia no”, recibiendo los vítores de la multitud enardecida, demuestra
hasta que límites alcanza el desconcierto del clero en estos tiempos
Con
una dirigencia reciclada a las apuradas, los argentinos saben que esperar del
Partido Clerical, Radrizzani esbozó su plataforma: un cambio en el modelo
económico (no dijo cual ni cómo), una política exterior de abandonar el mundo
globalizado y cerrarse en las fronteras nacionales y regionales, y una justicia
que no persiga a los que se llevaron el dinero público.
Es
inútil intentar tapar el cielo con las manos o las verdaderas intenciones de la
misa bajo la turbidez de la sotana. No es buena noticia para la fe de los
católicos, que sus prelados hagan arte y parte de una parcialidad política, no
son los curas los encargados de indicarle el camino económico y político a un
gobierno que, les guste o no, ha sido elegido para estar dónde está. Y menos
bueno es que con una misa se intente escudar a quiénes tienen a la justicia en
sus talones.
Hay
mucho aroma populista en esta movida. El populismo no es revolucionario ni
reformista, es populismo. No es contrario al capitalismo, pero prefiere el
capitalismo de amigos, ese que regala obras a los empresarios afines a su
gobierno, tanto como el púlpito obsequia rosarios a los amigos en desgracia.
Los
zapatos gastados del populismo no son los pies descalzos de la pobreza, ni la
modesta cama de Santa Marta el lecho de espinas del virtuoso. Son apenas gestos
ampulosos que esconden el afán de exteriorizar una imagen de cambio que, en los
hechos, poco se ha concretado.
Hasta
cuando la sociedad argentina seguirá recibiendo, de parte de quienes tendrían
que ser sus guías espirituales, mensajes ambiguos y contradictorios en temas
tales como la política, la honestidad en el ejercicio de los cargos públicos y
la prescindencia eclesiástica en temas del César
Verdaderamente
es triste advertir, a esta altura, que desde los encumbrados lugares del un
culto tan caro para los argentinos, se siga con la impronta del zapador de
trincheras antes que con la del constructor de puentes.
Figurativamente
hablando, la mayoría de los argentinos no somos tan estúpidos para consentir
que Dios en la tierra se lleve consigo los asuntos del César. Menos aún que lo
haga desde más de diez mil kilómetros de distancia, y a través de sus
representantes menos calificados.
Reivindicamos
el derecho inalienable de practicar nuestra fe religiosa, o de no tenerla, pero
también del derecho de pensar con nuestras propias neuronas sobre el rumbo del
país, sin que desde los púlpitos vengan a darnos consejos que desnaturalizan
definitivamente la misión eclesiástica.
Jorge Eduardo Simonetti
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libre reproducción, a condición de citar su fuente
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